Pressia apenas se acuerda de las Detonaciones y menos
todavía de cómo era la vida en el Antes. En el armario donde duerme, entre los
escombros de una antigua barbería donde vive con su abuelo, piensa en todo lo
que se ha perdido, en cómo el mundo se transformó de una sucesión de parques de
atracciones, cines, fiestas de cumpleaños, padres y madres en ceniza, polvo,
cicatrices, quemaduras y cuerpos dañados, fundidos con objetos extraños.
Están aquellos que se escaparon de la
Apocalipsis sin daño alguno, los Puros. Viven a salvo, dentro de la Cúpula que
protege sus vidas, seres superiores y sanos. Pero Perdiz, cuyo padre es una de
las personas más influyentes de la Cúpula, se siente aislado y solo. Diferente.
A menudo reflexiona sobre la pérdida, probablemente porque su familia está
rota: su padre es un ser distante y estricto, su hermano se suicidó, su madre
no consiguió refugiarse en la Cúpula a tiempo. Aunque tal vez se trate de
claustrofobia: siente que la Cúpula se ha convertido en un envoltorio rígido.
Así que cuando por casualidad escucha unas palabras que le indican que su madre
podría continuar viva, Perdiz lo arriesga todo, incluida su vida, para salir a
buscarla
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